A menudo tengo largas charlas con mi padre, un abuelillo entrañable que en breve cumplirá 86 años. De su sabiduría he bebido a través de los años y me ha enseñado a cuidar unos valores que siempre me han acompañado a lo largo de mi vida: "La tolerancia, el respeto por los demás, la honestidad…" y me ha inculcado la esencia del crecimiento personal que no es otra cosa que la autoestima.
Siempre han sido muy provechosas las conversaciones con mi padre y siempre he sacado alguna moraleja de sus enseñanzas.
Hace pocos días lo encontré, como hace siempre a las nueve de la noche, delante del televisor viendo el telediario, él está muy sordo, por lo tanto no oye lo que están hablando, sin embargo, le gusta ver las noticias aunque no se entere muy bien de lo que están diciendo. Pero lo que no se pierde por nada del mundo es el pronóstico del tiempo, lo suele ver en diferentes cadenas, y lo hace desde hace años.
Le pregunté cómo se las ingeniaba cuando era más joven y no había televisores ni radios (al menos no en su casa) para enterarse del pronóstico del tiempo.
La respuesta fue de Perogrullo, proporcional a mi estúpida pregunta:
-Sabíamos que llovería cuando llovía, sabíamos que haría frío cuando hacía frío.
De todas formas, luego dijo algo que ya no hizo tan estúpida mi pregunta, dijo:
-Aunque nosotros -se refería a la gente en general- teníamos nuestros métodos para saber más o menos el pronóstico del tiempo. Sabíamos por ejemplo que si la Luna tenía cercos (halos) era señal de que llovería pronto. También sabíamos que un cielo rojo al atardecer indicaba que al día siguiente haría buen tiempo, por el contrario si el cielo a la puesta de sol era de color amarillo era probable que lloviera durante la noche. Un cielo rojo al alba normalmente indicaba que llovería durante el día.
Yo sabía que todo lo que me decía mi padre a propósito de la contemplación del cielo para pronosticar el tiempo tenía una base sólida. Por ejemplo: La idea de que un halo es señal de lluvia se remonta a las observaciones realizadas por los antiguos chinos. Los halos se producen en los cirroestratos que suele ser síntoma de la aproximación de una depresión. Un cielo rojo al atardecer frecuentemente indica que al día siguiente hará buen tiempo. Muestra que el cielo hacia el oeste está bastante limpio de nubes. A la salida del Sol, el mismo color sugiere que las nubes altas se están esparciendo desde el oeste y que durante el día avanzará un frente de lluvias. El color amarillo a finales de la tarde normalmente significa que la atmósfera está húmeda y que la lluvia se desplazará durante la noche.
La conversación con mi padre siguió más o menos como sigue:
-¿Despertador? ¡Entonces no teníamos despertador, ni siquiera teníamos relojes! Los trabajadores no nos podíamos permitir esos “lujos” -Noté en sus palabras un punto de amargura.
Siguió explicándome:
-Antes de que empezara a clarear tenías que levantarte, y estar en el tajo cuando salía el sol, en ese momento comenzaba la jornada y se prolongaba hasta que el sol se ponía.
-En el tiempo de la siega -prosiguió- vivíamos en cortijos en cuyos alrededores se explotaban cientos de hectáreas de trigo, yo estuve en varios, uno de los más grandes se llamaba “Mainilla”, allí segábamos alrededor de 40 segadores. Como he dicho antes, se comenzaba a segar cuando el sol despuntaba por el horizonte. A una orden del capataz, todos los segadores en hilera doblábamos el espinazo y hoz en mano comenzábamos la faena. Yo llevaba una faja para proteger los riñones ya que el cuerpo se mantenía doblado todo el día, de vez en cuando tenías que “estirarte” porque el dolor de cintura era enorme. Sólo un segundo, enseguida el capataz te apremiaba para que prosiguieras el trabajo.
-¡Un asco! -Exclamé.
-¿Asco? Eran bazofia los capataces, parece que los elegían a propósito para sacarte hasta la última gota de sudor. -Replicó mi padre que luego prosiguió su relato:
-Sobre las nueve y media de la mañana, el ranchero traía las migas al tajo, colocábamos la sartén sobre un haz y almorzábamos. Tras el almuerzo otra vez a segar, nos aguardaban interminables surcos que no acababan nunca, esto de alguna manera te afectaba psicológicamente y venía a unirse a los dolores físicos que padecías, al calor, a los molestos insectos.
Tras una breve pausa, después de hurgar en sus recuerdos continuó:
-El sol caía a plomo sobre los campos de trigo, el sudor nos empapaba desde la cabeza a los pies, era como si nos hubiéramos caído al río, entre tanto el capataz te azuzaba para que no aflojaras el ritmo.
-A las dos de la tarde -continuó mi padre- parábamos a comer, el ranchero, como había hecho antes con el almuerzo, traía la comida al tajo, si había algún árbol, un olivar cercano… comíamos a la sombra, de lo contrario la única sombra que teníamos era la que nos proporcionaba nuestro sombrero de paja. Luego descansábamos durante hora y media debajo de algún olivo (si los había, como ya he dicho) o debajo de algún haz de trigo. Pasado ese tiempo continuábamos segando hasta que el sol trasponía por el horizonte momento en que dábamos de mano y nos trasladábamos al cortijo que solía estar cerca. La verdad es que era lo más parecido a la esclavitud porque encima te pagaban “cuatro perras gordas”. Eran años malos aquellos de la dictadura franquista, los trabajadores apenas teníamos derechos y los empresarios y caciques se aprovechaban de mano de obra barata explotándonos hasta la extenuación.
-Como de hecho está ocurriendo ahora -dije entre dientes.
Dejó de hablar, clavó los ojos en un punto indeterminado de la habitación, un rictus de melancolía se reflejaba en su rostro, era como si tratara de buscar los culpables de sus penalidades… no los había, tal vez el azar, el destino, la vida… quien sabe.
De pronto rompió su silencio con una frase que reflejaba muy bien lo que pensaba de aquellos años y de las zozobras pasadas:
-¡Todo era basura, escoria pura y dura, eso es lo que era!
Así acabó nuestra charla, con sus palabras me recordó por enésima vez dos principios que nunca he olvidado: El espíritu de sacrificio y la lucha constante para sobrevivir en un mundo a veces demasiado cruel.
Por suerte, mi padre goza de una apacible y feliz jubilación (por muchos años). Acaso un justo premio a su abnegada y laboriosa lucha por su familia, a su abnegada y laboriosa lucha por vivir.
Marco Atilio
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1 comentario:
Fue un Milagro que nuestros abuelos y nuestros padres sobrevivieran
En los años 30, el salario de un jornalero era de tres pesetas diarias.
En la guerra civil asciende a cuatro pesetas, bajando posteriormente en los años 40.
En 1950 el jornal de un segador ascendía a 10-12 pesetas.
PRECIOS DEL PAN PARA POBLACIÓN CIVIL 1951
Primera categoría (80 gramos).....................0,50 Pesetas
Segunda categoría (100 gramos).....................0,50 ”
Tercera categoría (150 gramos)......................0,55 ”
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