El siguiente poema de Félix María de Samaniego es una copia exacta de una versión encontrada en el libro “Poesía Erótica Castellana”, recopilación de 1976 de Jesús García Sánchez y Marcos Ricardo Barnatán.
Un gordo capuchino confesaba
de un fiero panadizo que tenía
a una sierva de dios, que se quejaba
en un dedo ya mucho tiempo hacía,
el cual negado al bálsamo y ungüento,
cada vez la causaba más tormento.
El fraile, de su mal compadecido
la dijo: Hermana, tengo por perdido
el tiempo que se aplica
a bregar con emplastos de botica;
pues sé por experiencia
que, cuando se endurece una dolencia
el remedio mejor para curarla
es tratar el modo de ablandarla,
metiendo aquella parte dolorida
en paraje caliente;
métala, pues, hermana, por su vida,
para que el panadizo se reviente,
dentro del agujero
que de las ingles hallará frontero.
La devota, en el fraile confiada,
puso su dedo en cura; y agitada
por las muchas cosquillas que sentía,
al tiempo que allí lo tenía,
tan incesantemente meneóse,
que al cabo el panadizo reventóse.
Para mostrar su agradecido afecto,
le contó al capuchino el efecto
que su remedio había producido
pero él la respondió muy afligido:
Sea, hermana, para bien y norabuena;
más sepa que yo sufro de igual pena,
pues tengo un panadizo pernicioso
en el miembro colgante y pegajoso,
que no uso (dios me guarde) en otros fines
que el de dar libre suelta a los orines,
y no encuentro ¡ay de mí! para ablandarle
sitio donde meterlo y menearlo.
Por eso, Padre mío no se apure
(ella le dice); pues, porque se cure,
a pesar del humor, yo mi agujero
prestarle, agradecida, al punto quiero.
En efecto, a la cura que promete,
la devota se pone, y luego mete
su dedo en el ojal el frailecillo,
empujando y moviendo despacico,
y logra al fin de operación tan seria,
que suelte el panadizo su materia.
Sacó su dedo sano y deshinchado
el fraile; y ella, al verle sosegado
le dice ruborosa: padre mío,
perdone a mi malicia un desvarío,
pues debo confesarle francamente
que al tiempo de la cura antecedente,
sospeché por su ardor y movimiento
que atropellaba al sexto mandamiento.
El fraile la responde ¿esto dudaba?
acaso así es verdad como pensaba;
pero ello no le dé ningún cuidado,
que haciéndolo conmigo no es pecado.
No creyó la respuesta decisiva
la sierva del señor; quedó suspensa
viendo que su virtud madurativa
era tal vez ofensa
del precio de dios; dudó un instante,
tornósele el semblante
rojo como las flores del granado,
y dijo: padre pues si no es pecado,
y con ello su gusto satisfizo,
oiga, ¿cuándo tendrá otro panadizo?
Félix María de Samaniego nació en La Guardia (Ávila), el 12 de octubre de 1745, en el seno de una familia noble. Su tío, el conde de Peñaflorida, fue uno de los introductores de la filosofía de la Ilustración en Vascongadas y a él se debe precisamente la fundación de la Sociedad Vascongada de Amigos del País.
Samaniego, que había estudiado Humanidades en Francia y Leyes en la Universidad de Valladolid, desarrolló su actividad cultural en el ambiente de la Sociedad y allí leyó sus primeras fábulas que fueron favorablemente acogidas.
Retirado a su casa solariega de Vergara, Samaniego llevó hasta su muerte una vida apacible, sólo alterada por algún incidente con el Tribunal de la Inquisición, y por algunas violentas y mordaces diatribas, casi siempre trasladadas al papel, con algunos de sus contemporáneos, fundamentalmente con Iriarte.
Samaniego murió en La Guardia, el 11 de agosto de 1801.
Marco Atilio
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