Juan de Timoneda (1490?-1583) nació en Valencia, fue zurrador de pieles, impresor y librero. Es famoso ante todo, como autor de farsas, dramas, comedias y entremeses, por lo cual es citado muchas veces como uno de los más legítimos precursores de Lope de Vega. El relato en cuestión titulado “Las tres preguntas” es el siguiente:
Queriendo cierto rey quitar la Abadía a un muy honrado Abad y dársela a otro, por ciertos revolvedores, le llamó y le dijo: «Reverendo padre, porque soy informado que no sois tan docto cual conviene y el oficio vuestro requiere, por pacificación de mi reino y descargo de mi conciencia, os quiero hacer tres preguntas, las cuales, si por vos me son contestadas, hará que queden mentirosas las personas que os han acusado y os confirmaré para toda vuestra vida el abadiado; y si no las contestáis, habréis de abandonar la Abadía.» A lo cual respondió el Abad: «Diga Vuestra Alteza, que yo haré todo lo posible por contestar las preguntas.»
«Estas son las tres preguntas, dijo el Rey:
La primera que quiero que me declaréis es que me digáis yo cuánto valgo.
La segunda, que a dónde está el medio del mundo.
La tercera, qué es lo que yo pienso.
Y porque no penséis que os quiero apremiar que me las respondáis ahora mismo, andad, que un mes os doy de tiempo para pensar en ello.»
Vuelto el Abad a su monasterio, por más que miró sus libros y diversos autores, jamás halló para las tres preguntas respuesta que suficiente fuese. Como quiera que el Abad recorría el monasterio pensando en voz alta en las tres preguntas del rey, le dijo un día su cocinero: « ¿Qué es lo que tiene su paternidad?» Callándoselo el Abad tornó a replicar el cocinero, diciendo: «No deje de decírmelo, señor, porque a veces debajo de ruin capa yace buen bebedor; y las chicas piedras suelen mover las grandes carretas.» Tanto lo importunó, que se lo hubo de decir. Entonces, dijo el cocinero: «Vuestra paternidad haga una cosa; y es que me preste sus ropas, y aféiteme esta barba, y como le parezco algún tanto, y vaya de noche en la presencia del Rey, no se dará cuenta del engaño; así que, teniéndome por su paternidad, yo le prometo sacarle de este apuro a fe de quién soy.»
Concediéndoselo el Abad, se vistió nuestro cocinero con sus ropas, y con su criado detrás, con toda aquella ceremonia que convenía, fue en presencia del Rey. Cuando llegó ante el Rey, éste le hizo sentar frente a él diciendo: «Pues ¿qué hay de nuevo, Abad?» Respondió el cocinero: «Vengo delante de Vuestra Alteza para satisfacer por mi honra.» «Bien, dijo el Rey; veamos qué respuestas traéis a mis tres preguntas.»
Respondió el cocinero:
«Primeramente, a lo que me preguntó Vuestra Alteza que cuánto valía, digo que vale veintinueve monedas de plata, porque Cristo valió treinta.
Lo segundo, que dónde está el medio del mundo, es a donde tiene su Alteza los pies: la causa que como el mundo es redondo como bola, adonde cualquiera pusiere el pie ese es el medio, y esto no se puede negar.
La tercera pregunta es que diga qué piensa Vuestra Alteza y yo respondo que Vuestra Alteza cree hablar con el Abad, y está hablando con su cocinero.»
Extrañado el Rey dijo: « ¿Es eso cierto?»
Respondió: «Sí señor, que soy su cocinero, que para semejantes preguntas era yo suficiente y no mi señor el Abad.»
Viendo el Rey la osadía y viveza del cocinero, no sólo le confirmó la Abadía al Abad para todos los días de su vida, sino que le hizo infinitas mercedes al cocinero.
Marco Atilio
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