Contemplando el mar desde la terraza de la habitación del hotel, apuro mis últimos días de vacaciones. Luego vendrán la rutina y la monotonía del día a día.
Es temprano y la calma impera. El sol asoma tímidamente apenas y sus rayos reverberan como diamantes en las tranquilas aguas del Mediterráneo que luce como un espejo.
El trino de las golondrinas y los gorriones se mezclan con el graznar característico de las gaviotas mientras las olas rompen contra la playa en un ciclo sin fin.
Una ligerísima brisa mueve las hojas de las palmeras ubicadas a lo largo del paseo marítimo. La playa está vacía de sombrillas y de bañistas en una extraña soledad, sólo dos pescadores aficionados, sobre el espigón, con sus cañas (quizá recién compradas) lanzan sus anzuelos a las tranquilas aguas intentando que "pique" algún pez, y si tienen suerte, luego enseñarán, ufanos, sus capturas a sus amigos y familiares.
A unos cientos de metros de la orilla, tres barquichuelos lanzan sus redes en busca del ansiado pescado. Bastante más lejos, sobre la línea del horizonte, un barco de mucho mayor calado, navega paralelo a la costa rumbo a poniente.
Estos amaneceres junto al mar, su sola contemplación, relaja mis sentidos y me llenan de paz y de sosiego, luego los recordaré con agrado y, sin duda, al rememorarlos, me ayudarán cuando la rutina y quizá la melancolía se apoderen de mí en los días grises del largo invierno.
Marco Atilio
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1 comentario:
Excelente prosa, magnifica descriptiva, exquisita plasticidad pictórica que hace fácilmente imaginable ese amanecer marítimo, en dos palabras:" me encanta".
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